Por José Morbán
Agradecimientos a Pablo Bonnelly
Johnny Bonnelly (1951, Santiago de los Caballeros) es un artista muldisciplinar o, como él mismo se denomina, multidimensional. Su obra transita por la escultura, la fotografía, la instalación y el performance. Desde que regresó de Europa a Santo Domingo a principio de los ochenta ha realizado piezas diversas tanto en forma como en contenido que han mantenido frescura y vigencia. Con decenas de exhibiciones en República Dominicana, y fuera de ella, Johnny Bonnelly habla con soltura sobre su vida y lo que la rodea. La siguiente entrevista tuvo a lugar en su taller de Ciudad Nueva e intenta hacer un breve recorrido por su trayectoria y su reciente muestra Arte Po! Po! Popular en el Centro Cultural de España, que recoge su trabajo de la última década.
Quisiera saber sobre lo anterior a tu carrera artística, los viajes a NY y Europa.
El viaje a NY se da como un viaje de verano, lo único que, estando allá, me coge con quedarme. Me fui por tres meses y me quedé tres años. Como todo dominicano que tiene su pariente en NY, llegas donde el pariente, te das el tiempo que amerite hasta que, como fue el caso mío, te vas y te ubicas independientemente.
Cuando decidí quedarme quise convertirme en estudiante universitario. Estamos hablando de 1971. Al solicitar la visa de estudiante me dicen que con cuáles recursos cuento para quedarme como estudiante en los EEUU, y no calificaba porque no tenía los recursos. Sin embargo, me digo, bueno, déjame integrarme a la autonomía económica y hacer todos los trabajos que vayan apareciendo. Trabajos de tipo obrero. Uno de los trabajos más impactantes que tuve fue en una metalúrgica que pagaba muy bien.
Por alguna razón, me inscribo en una escuela de decoración la cual disfruté, y estamos hablando de un período de no más de un año. Me doy cuenta de que el contexto de la decoración y sus prácticas y técnicas me llamaban la atención porque eran asuntos manuales, estéticos y de creatividad.
El día menos pensado llego al estudio en el que vivía y me encuentro con una carta del departamento de migración y me digo ¿cómo diablos sabe esta gente que yo estoy aquí? Y luego, analizando que me había inscrito en una escuela con una dirección, y ellos que tienen su administración conectada en todos los aspectos, esa solicitud de visa de estudiante me convirtió en un expediente legal que tenía su término cuando yo pudiese probar que tenía la capacidad económica y, como no lo hice, me cancelaron mis expectativas de estudiante y me solicitaron que me fuera.
Cuando llegué aquí me inscribí en la escuela de arquitectura. Una buena parte de mis amigos estaba estudiando eso. A los tres años me comienzo a hartar porque la formación académica se estaba metiendo en materias muy poco creativas que eran las de cierre técnico que, en la formación de arquitecto, debes tener. Entiéndase: cálculo, física, química, análisis de materiales y esas jodiendas para la cual yo no estaba disponible. Sabía que debía tener una formación más completa pero, ese complemento que me faltaba, tampoco me gustaba llevarlo a cabo.
Estaba harto de la universidad, estaba harto del país –como que me sentía chiquito– y en esa época estaba de moda irse para Europa. Era la época de la resaca de las revoluciones, del pleno apogeo del socialismo y el comunismo, de los exiliados políticos. Francia era muy abierta desde el punto de vista migratorio. No tenías que sacar visa para ir, además, las universidades estaban abiertas para todo el que se quisiera inscribir.
La arquitectura en París pertenece a las Bellas Artes. Para yo optar para ingresar a la universidad había unos requisitos tales como el de la lengua, que había adquirido muy mínimamente, y debía tener una documentación que certificara mi nivel de conocimiento de la lengua. La alternativa que apareció fue la Universidad de Vincennes que se crea como una especie de desahogo que se le dio a la revolución cultural del 68. En esa universidad no había reconocimiento de título de la lengua. No había arquitectura y lo que más se parecía fue la escuela de urbanismo. Pero ésta, que yo creía que el arquitecto urbanista era aquél que iba a aprender el ordenamiento urbano físico, se convirtió en una escuela política. Porque en esa escuela todo lo que ellos pudiesen tener como estudios era politizado totalmente, lo cual me da un giro extraordinario y me coloca en una fuente de información de la que estaba desconectado, que consistía en explicar la existencia a través de lo socioeconómico. Y claro, con sus tendencias socialistas-comunistas era, vamos a decir, la denuncia de desmontar el capitalismo y la explotación obrera.
¿Cómo fue el paso de la arquitectura a la artesanía y las artes?¿Qué te llevó a esto?
Paso de la profesión de arquitecto a artesano por las relaciones con los servicios técnicos que tenía que recibir en mis inicios de diseños de interiores. Me desesperó la logística de los servicios y la forma en que manejaban el tiempo. Por lo tanto me dije: tengo que conseguir la manera de que el trabajo final, del cual vaya a recibir mis ingresos, dependa lo más posible de mí mismo. Entonces ahí me convertí en artesano.
Con toda mi formación intelectual, traigo el elemento social, político, económico y entonces comienzo a ver mi entorno cultural-social casi con una actitud analítica. De ver quién es quién, quién hace qué, cuáles son las manifestaciones sociales, políticas y todo ese tipo de ingredientes que le dan forma a la totalidad. Por lo tanto, cuando te confrontas con una situación determinada, además que por tu edad comienzas a elegir cuáles son los territorios a los que quieres pertenecer, independientemente de que tienes una herencia de pertenecer a unos, y comienzas a romper esquemas y a desapartarte de las tradiciones. De las tradiciones de cómo construir tu vida para agotar tu vida.
La artesanía te involucra en toda esa estrategia de conocimiento de la cultura donde vives. Perteneces a una cultura donde las manifestaciones culturales son epocales y te ves inmerso en ello. De alguna manera, practicas la cultura a la cual perteneces y las manifestaciones populares están a tu disposición. Aquí estábamos arrancando con el turismo y me dije: creo puedo hacer unas propuestas de miniaturización de referentes culturales. Se me ocurrió porque venía con el conocimiento de que, en los países donde el turismo ya tenía años, tenían los souvenires.
¿Todo esto en Santiago?
No, no, no. Soy de Santiago pero de allá me voy en el 69 después de graduarme de bachiller.
¿Y por qué la exhibición Careticas de Lechón la hiciste en Santiago?
Porque soy santiaguero. Las caretas de Santiago me las sabía de orden porque me las había puesto o sea que ya conocía ese personaje. Luego le agregué representaciones de varios estilos de arquitectura que pudiesen ser significativos dentro del entorno; el victoriano, de mucha influencia en la arquitectura dominicana y con muchas edificaciones en Puerto Plata.
Tu taller actual fue tu casa durante muchos años. ¿Qué relación tienes con este espacio y por qué lo has preservado como taller?
Aquí nació Pablo, mi hijo. Ha sido casa y taller. En un momento nos pudimos mudar y tener esto como taller y luego volver a casa taller, y ahora tiene bastante tiempo que solo es taller. Este edificio fue realizado por un arquitecto de mucho criterio, Tomás Auñón. Ya conocía el edificio por mi conocimiento de los arquitectos que habían hecho una que otra cosa en la ciudad, que llegaron durante la guerra española. En este caso, este tipo era catalán.
Nací en el centro de un pueblo y he tenido tendencia a vivir en los centros de todos los pueblos en los que he vivido, por lo tanto, en Santo Domingo, mis lugares por excelencia para vivir son desde Gascue hacia la Zona Colonial.
Recolectas desechos y objetos en desuso para elaborar tus piezas. ¿Podrías hablarnos de este proceso?
No tengo ninguna fijación con los materiales. Uso los materiales que la obra me pida y/o que tenga disponibles. El material contiene una información y cuando vas a hacer algo con un material que éste no puede hacer, te lo dice, no te deja hacerlo. Sin embargo, te puede mostrar algo que no sabías que hacía pero éste sí. La relación con el material es un diálogo. Tú le pides y éste te da pero solamente te puede dar lo que tiene.
Cuando entra la dimensión del reciclaje, el material ya viene con una intervención, ya modelado de alguna manera, o sea que ahí lo usas con la forma dada, como el ready-made.
Recuerdo que me comentaste anteriormente acerca de tu trabajo en herrería. Me habías dicho que el diseño de puertas había sido una de tus principales fuentes de ingreso. ¿Cómo ha sido la experiencia fuera del mundo de las artes, especialmente en el diseño y la herrería que es una parte importante de tu trabajo?
Es que no deja de ser arte. Mi motivación en los trabajos de herrería se crea cuando en ese período europeo visito Barcelona –antes de que comenzaran las clases en Paris– y allí me encuentro con la obra de Gaudí, la cual estaba forrada de herrerías realizadas con diseños alucinantes. Una capacidad de darle la forma que te diera la gana al metal y en este caso referida a la organicidad, igualmente animal, pero sobre todo vegetal. De ahí saco mi tendencia por la herrería como obra porque, aunque es una fabricación de un objeto utilitario, eso no quiere decir que no venga ornamentado y artísticamente trabajado. Uno podría decir que son obras de arte menores porque no pretenden un discurso extraordinario desde el punto de vista conceptual.
Has explorado diferentes temas: el folclor, la cosificación de la mujer, la migración y el armamentismo. Sobre este último trabajaste la serie Arte Po! Po! Popular de la cual tu reciente muestra toma el título. ¿Qué te motiva a trabajar con estos temas tan espinosos y cómo entiendes que forman parte de la identidad dominicana?
Bueno, espinosos no creo que sean porque lo espinoso es como cuando estás llamando la atención sobre algo que no se ve mucho y que a lo mejor lo estás sacando de debajo de la manga para ponerlo en evidencia. La guerra se ha popularizado en el espacio social urbano y cotidiano y de ahí el nombre Po! Po! Popular!. No estoy señalando la guerra por cualidades que nadie les había visto, simplemente estoy utilizando la temática de la guerra como eje de esta exposición, pero que no solamente se reduce a ese elemento, sino que el tratamiento del tema abarca todas las manifestaciones tanto culturales, como del individuo como ser social y todas las instituciones a las que pertenece, directa e indirectamente, de las cuales recibe un proceso de formación que puede ser a veces subliminal, a veces imperativo, pero que conforma la totalidad social del ser humano.
En tus individuales anteriores has colaborado con artistas de otras áreas: danza, música y performance. ¿Cómo se inserta esta multiplicidad de medios dentro de tu discurso?
Me remito mucho al cine, creo que es la conjunción de todas las artes. Y aunque el cine no es mi proyecto no dejo de estar encaminado hacia él pero sin llegar al uso de la cámara para registrar el evento que yo provoco como exposición, complementada por todo lo que pueda ser un medio de expresión que le agregue un ingrediente para aumentar la cantidad de elementos posibles para la lectura de la obra final.
Tu última individual fue hace más de quince años ¿Por qué y por qué decidiste exhibir ahora?
Mi última individual fue hace más de quince años pero eso no quiere decir que he dejado de trabajar. Sí, es evidente que con esa cantidad de años sin hacer individuales parecería que había dejado el arte como forma de expresión y forma de vida. Sin embargo, no. De alguna manera, me ocupé de atender ciertos eventos que creaban expectativas de compensaciones económicas... Era el perseguir a través de un concurso o, en ocasiones, de algún proyecto de arte público, la venta de mi trabajo por una cantidad de dinero mayor por las dimensiones de la obra. De alguna manera me tocó la suerte de ser elegido para tres proyectos de arte monumental que, como sabrás, son la obra de la Estación de Metro Juan Bosch – que es parte de Arte Po! Po! Popular–, Las Almaquas de Las Américas y La Ciguapa del Boulevar.
Entre uno que otro premio, el universo de la herrería se convirtió en un boom para los diseños de edificaciones. Claro, cuando conformas una familia, el ingrediente económico es una ley que hay que atender permanentemente. En mi caso específico estuve confrontado a que por una puerta de un edificio, podían pagarme veinte veces más que por una obra de arte y por lo tanto manifestaciones como la individual se vieron afectadas.
¿Cómo ves el panorama artístico actual?
Estoy enormemente satisfecho con la capacidad artística del pueblo dominicano. Podríamos hablar de todas las diferentes manifestaciones pero en las artes plásticas reconozco que hay una capacidad enorme. Hay una avalancha, todos quieren ser artistas. La última tendencia por excelencia es el cine, todo el mundo quiere ser director de cine.
Después de esta exhibición ¿qué sigue?
Después de la exposición vienen otras exposiciones, quizás con más celeridad que las anteriores porque, como se podrá notar, la diversidad de mi producción es muy amplia. Puedo ir de temas que van del día a la noche, en sentido figurado, de distancia y fluyo entre la construcción de objetos que pueden comunicar diferentes aspectos de la realidad.
José Morbán (1987) es un artista y diseñador gráfico que reside y trabaja en Santo Domingo, República Dominicana. Cursó estudios de Bellas Artes en la Escuela Nacional de Artes Visuales así como de Bellas Artes en la Escuela de Diseño de Altos de Chavón. Ha participado en varias exposiciones colectivas, entre ellas la XXVII Bienal Nacional de Arte de Santo Domingo y el Premio Internacional de Pintura Focus Abengoa. Es miembro fundador del colectivo Viralatex, fue co-curador de la selección dominicana de la exhibición Dvd Project y es colaborador en Onto.